Me gusta pensar en mis gatos como mis hijos. Son mis hijos. Los veo y todo pasa, todo mejora, todo florece.
A veces me pongo a pensar en lo efímera de su existencia y me invade una tristeza infinita, pero, a la vez, me siento muy afortunado de darles lo mejor de mí día a día. Supongo que, quien no tenga animales en casa, no entenderá jamás esta devoción que siento por ellos.
Cuando los miro y, siento este amor tan profundo, me da pena pensar que ellos jamás serán conscientes de todas las veces que me han salvado. Y también siento pena por todas esas personas que jamás van a conocer a Joey y Sophie y no van a poder disfrutar todo el amor que dan (vale, Sophie un poquitín menos).
Y al mirarlos toda mi vida es más bonita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario