viernes, 9 de enero de 2015

El amor en los tiempos de las peleas

Yo peleo
Tú peleas
Ellxs pelean
Nosotrxs peleamos
Vosotrxs peleáis
Ellxs pelean

No, no pretendo volver al colegio. ¡Qué pereza! Quiero hablar sobre las peleas. Ay, las peleas, ¡cuántos quebraderos de cabeza nos dan! Todxs, en mayor o menor medida, hemos discutido, ya sea con nuestros padres, nuestros hermanxs, nuestras parejas... Discutir es bueno, aunque parezca contradictorio. Digo que es bueno porque nos ayuda a purgar esas cosillas que no siempre nos tienen que gustar del otro, nos ayudan a sacar lo malo y a que nos se nos quede dentro, que eso luego se pudre y se echa todo a perder.

Ojo, hablo de las discusiones respetuosas. Sí, sí, porque también se puede discutir con respeto. No me refiero a esas peleas con gritos, insultos y lloros, no. Me refiero a esas discusiones sanas que, sin levantar la voz, expresamos lo que sentimos y/o disgusta. El dialogo es vital en cualquier tipo de relación, por lo tanto, hagamos uso de él.

Claro, pero luego está la parte negativa. ¿Cómo medir cuando las discusiones se hacen demasiado presentes en nuestras vidas? Por ejemplo, tenemos una pareja y sólo discutimos, discutimos, discutimos. Un día tras otro, por cualquier chorrada, peleamos con nuestrx novix. La cosa se hace insostenible.

¿Debemos sostener una relación que se basa en discutir?
¿El amor lo compensa?

Cada uno tendrá su criterio, claro, pero desde luego, tener una relación que se base en tres días fantásticos y ocho horribles, ¿de verdad vale la pena aunque haya amor? Porque como alguien dijo alguna vez: "el amor, a veces, no es suficiente".

Por lo tanto, discutir está bien, siempre que se haga con respeto, para dejar salir todo lo malo, pero si las discusiones se hacen tan presentes que ya ni recuerdas un día sin ellas, quizás, sin duda, lo mejor sea poner punto y final a esa relación.

Y como escuché en una película: "abandonar a una persona no es lo peor que se le puede hacer, puede resultar doloroso, pero no tiene que ser una tragedia".

domingo, 4 de enero de 2015

El amor impuesto

El amor, el amor, el amor. A lo largo de nuestra vida queremos a muchas personas. A demasiadas, en ocasiones. A lo largo de nuestra vida conocemos a personas que serán colegas, amig@s, mejores amig@s, novi@s, y aprenderemos a quererl@s por lo que nos aportan y nos dan. Es ese amor que nace solo, sin imposiciones, sin obligaciones.

Pero hay otro amor, el que sentimos por nuestra familia Padres, herman@s, abuel@s, tí@s, prim@s... Mientras vamos creciendo, ellos mismos, nuestros familiares, incluso, la sociedad, nos llevan por el camino del amor impuesto, es decir, nos "obligan" a quererlos por el simple hecho de ser nuestros padres o herman@s. Escuchas frases tipo "tienes que quererlos porque son tus padres" o "es tu hermano y tienes que quererlo". No. Ahí está el mayor error de todos, la imposición.

¿Debo querer a mis padres por ser mis padres?

No.

Si quiero a mis padres es por lo que me han dado a lo largo de vida, por su amor, por su cariño, por su apoyo, por todo eso que ha hecho que sea una persona feliz, un hijo querido. Y lo mismo pasa con herman@s, abuel@s, tí@s, prim@s.,.

En muchas ocasiones, y a mí me pasa, queremos más a nuestros mejores amigos que a prim@s que vemos cada año en la cena de Navidad. El amor nace de los momentos, no de los lazos familiares. El amor es libre, no entiende de consanguinidad.

Porque el amor más bonito, más verdadero, es el que nace sin imposición.