Bien, y llegados a este punto, lanzo otra pregunta, ¿qué hay más perfecto que el amor platónico? Vale, puede que no cumpla los dos requisitos más importantes: que sea correspondido y se haga realidad. Pero es un amor puro, sin nada malo que lo estropee o lo manche. Y aunque sea un amor que solo vive en nuestra mente y corazón, es algo que nos hace suspirar y, en cierta medida, hasta nos hace felices. Soñamos e imaginamos lo que puede llegar a ser y aunque sepamos que es un amor que nunca se hará real (o sí, nunca se sabe), nadie nos puede quitar la capacidad de soñar. Porque lo malo, o lo bueno, según se mire, de los amores platónicos, es que es perfecto desde su nacimiento. Y, lo más importante, nunca mueren; siempre están ahí, haciéndonos creer que eso de lo que habla la gente enamorada existe y es real y, en cierta manera, hasta lo puedes tocar con la punta de la lengua o de los dedos. Porque los amores platónicos suelen acabar cuando se hacen reales, cuando la realidad viene a ensuciar ese amor, quizás, demasiado idealizado, pero que nos hacía creer en un mundo más bonito.
Y nunca habrá nadie ni nadie que nos pueda quitar ese amor bonito, romántico y, en cierto modo, melancólico.
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